Crítica cinematográfica


State of Play: políticos malosos vs. noteros idealistas. ¿El resultado? Mmmhhh…

La eterna lucha entre el bien y el mal se acaba de cobrar otra víctima, tan infame como inocente. Tras el éxito obtenido con la serie de TV (¿hacía falta más?), el infame Kevin Mc Donald, ese mismo de El Último Rey de Escocia, decidió hacer de las suyas.


Por Juan Ariel Capecci

El Parlamento, la Casa Blanca, las Stars and Stripes flameando al viento. Con esos datos, ya sabés qué tenés enfrente ni bien empieza a girar el disco. Drama, thriller, nada de comedia, mucho misterio, un par de tiros disparados a mansalva y un ritmo argumental que va in crescendo de a ratos.

Muy de Manual del Realizador de la Buena Película Americana, se entiende.

La historia es la típica: Estados Unidos malo haciendo negocios con una empresa más mala todavía, gente que no tiene nada que ver que se muere, un complot con una cifra seguida de muchos muchos ceros para hacerse cargo de la seguridad del país, un congresista que la va de justiciero investigando estos negociados al que le matan a la jefa de sus investigadores, y un periodista que busca la verdad como poseído porque el congresista, ignota casualidad del destino (¿o el guión?) es un amigo de la Universidad. ¿Suena conocido? Sí, basada en un capítulo de una serie homónima que emitía la BBC en 2003. Repetido.

Del vamos, en los bocetos promocionales observamos la típica composición de caras en eterno dolor estomacal. Los diseñadores gráficos no suelen hacer horas extras por estos tiempos. Lo que sí suelen hacer son los collages de las caras protagónicas mirando al sudeste, cuál de ellos con peor expresión, con un trabajito más esmerado por parte del fotógrafo. Repetido.

Un Russel Crowe que, como siempre, no sonríe ni aunque vea el mejor sketch de Los Tres Chiflados. Un Ben Affleck que al fin se sacó el estigma del bodriazo que hizo en Daredevil (y la propaganda de Axe Click). Y Rachel Mac Adams, que si bien rechazó papeles en Casino Royale o Misión Imposible 3, no se mandó la misma… macana, en esta ocasión. Repetido.

Técnicamente, la peli es impecable. La dirección es excelente, la fotografía crea un ambiente sórdido al mejor estilo cine noir. Y la (por momentos, excesiva) cámara en mano, le da un aire a Dogma muy bien logrado. Como también, un nervio insoportable. Acá innovó un poco.

Las individualidades son un párrafo aparte. Crowe, en papel de periodista que busca la verdad en un caso más turbio que el Watergate, transmite la suficiente tensión para que uno se termine creyendo que Máximo Décimo perteneció a otra vida. Ben Affleck se calzó un traje de político aún joven que lucha por la verdad el cual le queda bastante bien, especialmente tras haberla pegado con Paycheck en el género de acción. Rachel Mc Adams hace que nos reconciliemos con los canadienses tras el pelotazo de My Name is Tanino. Hasta la multipremiadísima Helen Mirren hace un papel que desentona por completo con sus anteriores obras cumbres, y al mismo tiempo no deja de ser superlativo.

A los periodistas, les va a encantar. A los periodistas héroes que van a ir en contra del gobierno, los camioneros y los monopolios, sin miedo a terminar en el río sin salvavidas. Para el resto de los espectadores, va a ser un thriller más del montón con un argumento que, de a ratos, intenta dar giros argumentales sorpresivos, pero que termina cayendo en los clichés típicos para desembocar en un más que predecible final. Por supuesto, después de (¡otro!) giro argumental. Después de verla, no vas a confiar tanto en el idealismo desinteresado de Lanata, o de la militancia por amor al arte de los chicos de 678.

Lo mejor: dirección de cámaras. Fotografía. Russell Crowe se la expropia de principio a fin.

Lo peor: el argumento ya pasado de moda de un thriller político promedio. Algunos diálogos más acartonados que los de Amelie.

Recomendación: dejá de plantarle cámaras ocultas a tu chica para ver si te engaña con el sodero.

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